Es una tarde de mucho sol. Poesía y música y… rollos de máquinas registradoras. Vamos escribiendo el poema y lo pegamos de tal manera que envuelva, proteja, transgreda y fluya por las paredes del curso, de los pasillos, que vaya hacia el techo y baje hasta el zócalo para subir de nuevo y rodear una puerta y el marco de las ventanas. Al otro día faltaban pedazos, se habían desgajado algunas puntas, alguien había arrancado el final de un verso libre. No nos importó, sabíamos que el arte efímero y sutil es más poderoso cuando se socializa y desaparecer, ser ignorado o ser roto era parte del precio. Vivió lo que pudo, sostuvo la metáfora todo lo que quiso. Aún es infinito porque sigue en las grietas escribiendo otros finales. Siempre.