Poemas de la pensión
I
Un caballo espera otro destino en la terraza de una casa de Corrientes.
Hace unos meses lo limpiaron con cal y la madre ayudó a poner cada huesito en la victoria salada de las ollas.
La carne desprendida, privada de sentido, echó a perder el aire del campo y se detuvo en la mano que agujereaba el esqueleto.
Esto me fue contado mientras pensaba el tibio orgullo del azúcar y nuestro estómago molía el arroz y otras semillas.
II
Hacen falta muchas vidas para entender el silencio con que esas manos van del cuerpo al cloro, del muñoncito a la gasa y después, en la pensión, nos sirven el corazón de los fideos en un rito azulejado de agua caliente y bombilla.
La noche y yo, perdidas, la boca disparada contra el techo buscando alguna voz…Y comí, y bebí, y te leí, sin darme cuenta de esas manos,
Se detuvo en el único sillón que va por turnos, un ratito nomás, se disculpó. Hasta que junte la fuerza, hasta que sepa si un lunes tendré ganas, hasta que cuente el domingo de fondo, de balde, de pasillo: estoy preparada, me voy cuando me quieran.
Así dijo: como la sangre que me limpia.
III
Yo, que ahora escondo mi nombre en tu lengua de nieve, sé de mi tiempo alrededor del tiempo, una amante que llora y no agoniza, como esos animales morados y sin crímenes que se dibujan a sí mismos las garras y lastiman y las vuelven a borrar.
IV
El agua en cajoncitos de madera
Botiquín blanco azulejo blanco
Los pies sobre etiquetas de shampú
No cierra bien el grifo
ni la infancia
Seis minutos es el turno de la ducha
Cuando lo fusilaron
Dostoievski pensó en madre patria amigos
Malevich en un trozo de pan
Hasta el codo visible de la pena
la angustia
sube el toallón
Mansa y húmeda la angustia de los otros
V
El idioma en el que crezo es diferente a la voz con que los fú se reían y me hablaban.
Mi nueva lengua exige sonidos que no tengo y extraña aquellos golpes con que el labio crispa la hendidura del aire, el pequeño grito alzado para decirle a mi esposa el amor y la furia de la sexta luna.
A fuerza de llanto, aprendo a despertarme sin dibujos. Acá las cosas deben clavarse muy hondo, los tornillos girando su equilibrio se transforman en el íntimo sostén del pan.
Hay que aprender que el lenguaje es una mancha de aceite necesaria, una yema heredada que no puede limpiarse con el nuevo abecedario de los hijos.
Ellos hablan con sus letras, tienen sílabas unidas y columpios al final de la palabra. Los fú murieron y mi esposa está dispersa en su fiebre como un techo escapado de sus vigas.
Yo apenas si enciendo el altar, alcanzo a limpiar las fotos y escribo, silenciosamente nuestros nombres: dos trazos hacia abajo, desde el centro la mitad del mundo y de nuevo hacia abajo.
Trato de entender por qué la tinta se corre si el papel es de arroz, pero se corre, desesperadamente se va como inquilino estristecido, como quien no sabe dónde va, cuánto ha perdido, se va corriendo como quien no sabe adónde irse.
VI
respirar sin destino
tal como el agua que cae
y cae
me preocupa no saber dónde
estará mi corazón
cuando yo parta
como los pájaros que derraman madres
en las blancas ceremonias de sus muertos:
así el deseo
VII
Desde su regreso, se concentra en la pintura corrida y la limpia con curiosidad, frota lentamente el contorno de los dedos contra las ojeras. En ese círculo de insomnio se ve desnudo como el agua que escupe al lavarse los dientes.
Un marica depilado y dos espejos. Relajado, íntimo, la axila devorada por la máquina.
Baja el mentón. Y eso que raspa y cruje. Y se queda.
VIII
coser mi boca cerrar los ojos
clavar pequeñísimas dagas de memoria
hasta llenar el tintero de cal fresca
y volver a escribirme
corazón de mi silencio
si pudiera regresarme desde aquella
que no fui
con deseos que no tengo
con la vida que no quise
un largo viaje
un sol desnudo quemándome la lengua
un accidente que distrae el cielo
y quedar callada
bajo la hierba que no es muda y sin embargo
por no decir tampoco abre los signos de un corazón equivocado
siempre equivocado
IX
el invierno me tomó la carne
en la fiesta que nadie preparaba para mí
la perfección de una flor roja derramada sobre leche
en los dedos de mi padre
balanceándose